Yo ya no
sé qué es peor: si el fascismo doctrinario, de Estado, mafioso, sistemático, transnacional,
invasor e imperialista, que ha sabido mantenerse en el círculo hegemónico
mundial, con sus caretas de falsa prosperidad y sus groseros esquemas de
manipulación sicológica, aplicados sin asco en contra de la humanidad, con su
especulativa arrogancia bancaria, su asquerosa contaminación ambiental y su
descarada delincuencia oficial, corrupta y cobarde. O el fascismo ordinario, ese
fascismo corriente, esa rotería chilena arribista, ridícula y peligrosa, que
crece en las vulnerables almas de quienes no tienen y seguramente nunca tendrán
acceso alguno a esas colosales e indescifrables riquezas de los dueños del
mundo.
Las
viejas huecas, cuicas, clasistas, ignorantes y prostitutas encubiertas son
capaces de humillarse hasta la pérdida absoluta de la nobleza por un fajo de
billetes y seguramente ahora celebran con cursilerías castrenses la actitud homicida del joven porteño que desencadenó una nueva crisis moral sobre las ya existentes en este joven país llamado Chile. Bebiendo alguna infusión importada y jugando canasta, deben intentar reflexionar sobre el fatal episodio ocurrido durante la movilización social en Valparaíso. Imagino que justifican la desproporcionada e irremediable medida de matar, sólo porque quienes serían luego las víctimas fatales habrían irrumpido en el bien jurídico de la propiedad privada de quien sería luego el victimario. Se supone que fueron ultimados a balazos porque colgaban allí un lienzo alusivo a una reivindicación social.
Y ahora están muertos. Ahora
sus padres lloran desconsolados y en medio de los sollozos intentan explicarse
los hechos. Eran dirigentes comunistas, trascendió. ¿Los mataron por ser
comunistas? ¿Los mataron porque protestaban? ¿Los mataron porque hicieron uso
del derecho constitucional de la libertad de expresión? ¿Los mataron por exigir el derecho
a la educación gratuita y de calidad?
El
fascismo ordinario parece avanzar exponencialmente en nuestra sociedad y así
como el joven asesino porteño, muchos otros asumen como propia esa violenta ideología profundamente perniciosa. Yo creo que no es más que un reflejo condicionado, igual como reaccionaría un animal
amaestrado.
¿Cómo una
sociedad puede engendrar tal anomalía? ¿Cómo es posible que la mente de un
joven de 22 años incube una moral capaz de contener la decisión de quitarle
la vida a balazos, o como sea, a dos de sus pares?
Las
noticias vuelan y casi como el eco inmediato de la muerte, resuenan al unísono
esos añejos vítores de la política partidista, a todas luces fracasada y
desprestigiada. Algunos llaman a vengar las muertes de estas nuevas víctimas
del lumpen capitalista e intentan polarizar este momento. Como fantasmas
aparecen los dos grandes bloques ideológicos de una guerra fría penosamente
extinguida en la falsa libertad, en el libre mercado.
Lo que
era una gran movilización de diversos sectores de nuestra sociedad, quizá la más
prudente de las fórmulas de intentar derrocar a los hampones de la política, se
ve violentada de un momento a otro desde dentro y ya no por las fuerzas
policiales, acusadas hasta el cansancio de actuar al margen de la Constitución
y de resguardar más los intereses del puñado de familias o grupos económicos
que se reparten la torta de este país acomplejado y violado.
El
acusado de este horrendo crimen es un fascista ordinario, un delincuente de baja
estofa; un desgraciado adolescente, fiel servidor de una especie de nebulosa de
poder, a la que nunca podrá acceder. Un joven que mantenía en su poder cinco
millones de pesos en dinero efectivo -al menos eso comentaba un periodista del
diario El Mercurio de Valparaíso-, sospechosa cifra de billetes, una pistola
nueve milímetros con municiones y un perfil de la red social Facebook, a través
del cual se jacta de su torcida visión de la vida, cómo si no tuviera cuidado
alguno en anunciar sus crímenes o publicar sin tapujos su sentimiento de odio
frente a quienes luchan contra la corriente por hacer valer sus derechos
humanos esenciales.
El
fascismo asesino permanece latente en la leche de las tetas que maman los
payasos de la televisión abierta, los diputados puteros-coqueros, los senadores
ladrones, los periodistas chupapico, los policías coimeros, los sacerdotes
pedófilos, los empresarios de cuarto enjuague y los comerciantes con olor a
monedas manoseadas.
De los
senos del sitiado Estado, los fascistas extraen los nutrientes que
aparentemente los alimentan de poder, pero que los terminan convirtiendo en títeres
que se ubican en la zona más baja de la cadena de estatus social, por la que
precisamente mide su valor identitario el fascista ordinario.
Rebrotarán
por algunas semanas y desde la inercia todos los ismos con sed de lucha social y
se trazarán en el aire los argumentos que intenten explicar el doble crimen
perpetrado por un adolescente catalogado como un nazi porteño, un engendro
seudopolítico, un fascista ordinario, un delincuente que termina prestando gran
utilidad a la aristomafia.
La
justicia se queda corta. Gana otra vez la maldad, la muerte, el miedo y la
venganza.
Me acordé del viejo cabezón que animaba el programa de televisión Sábados Gigantes. Don
Francisco. Pistola en mano, instaba al concursante, también premunido de un arma
de fuego, a decidir quién dispara para desafiar al destino. "Dispara usted
o disparo yo". Esa es la frase que había que responder para optar a ganar el
automóvil cero kilómetro. Intentaré olvidar el caso de los dos jóvenes que fueron ultimados a balazos en Valparaíso el jueves 14 de mayo de 2015, en medio
de una protesta precisamente en contra del fascismo que mal gobierna, que mata,
endeuda y contamina. Dispara usted o disparo yo. Yo ya no sé lo que es peor.
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