La
televisión abierta chilena nos sigue dando manteca para batir la tarasca
durante la odiosa semana hábil. Y cuando digo televisión abierta chilena hablo
de una suerte de terminal donde decantan todos los casos que supuestamente
remecen los cimientos valóricos de nuestra sociedad.
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En medio
de esta diarrea comunicacional surge entre carcajadas el caso Monga, que nos
abre a la discusión filosófica sobre el humor y sus bemoles; pero también saca
a la luz la polarización política guerrafrialística que de vez en cuando
manifiesta su porfía por acá en el fin del mundo.
Y es un
caso muy singular, porque el personaje Yerko Puchento se supone venía a
instalar en la tele chilena esa suerte de anarquía posmodernista que avanza
varios pasos por delante de la pomada valórica que los partidos políticos nos
vendieron desde el triunfo del "No" en adelante. Más que hacer un
humor crítico Yerko Puchento viene a constatar la semántica del webeo que
pareciera sostener al país en estos tiempos de extrema incertidumbre. Nos
invita a reírnos de lo inocentes, por no decir imbéciles, que hemos sido, ante
el abuso y la perversión de los poderosos blindados por su corte de operarios
políticos y rostros de televisión o payasos vendedores. La idea es reírnos de
como nos cagan, engañan, estafan, de como explotan y roban nuestros recursos
naturales, de como nos baipasean con el derecho a la educación gratuita y de
calidad.
Y Yerko
Puchento pasa de pronto de contarnos chistes de la estupidez de la farándula a hacerlo
con la descarada corrupción política. Y allí sí que hay material pa'l webeo.
Es una
mezcla rara. Un personaje sexualmente ambiguo, de aspecto cursi y frívolo,
surgido en medio del magma farandulero criollo, de labia agresiva, popular,
interpretado por un actor izquierdoso, libreteado por un guatón facho, director
creativo del Canal Trece, bajo la tipificación de rutina humorística, stand up
comedy o monólogo teatral para televisión.
El
programa "estelar" se emite los días jueves y obviamente al día
siguiente la estación del angelito se convierte en una oficina de reclamos.
También lo hace el Consejo Nacional de Televisión y de vez en cuando algún
juzgado civil; aunque poco y nada se sabe de sanciones concretas, salvo los
diez palos a pagar para Sarita Vásquez.
Ahora la
ex ministra Cecilia Pérez hizo pública su indignación porque la trataron de
Monga. Quiere que suspendan una semana las transmisiones del Trece, que le
corten la cabeza a Daniel Alcaíno y que le pongan en su cuenta corriente 671
millones de pesos para poder soportar el daño terrible de haber sido comparada
con el personaje de Fantasilandia. ¿Y las siete lucas del papel confort?
Entonces
asoman defensores y acusadores, se arma toletole, se habla hasta por los codos
en los matinales sobre el asunto, discriminación, perspectiva de género,
libertad de expresión, el rol del humor en estos tiempos, misoginia, homofobia,
homocinética, homo sapiens, caniulefismo, primerplanismo, animalismo.
Yo diría
que todo esto no es más que el inevitable instinto clasista del chileno,
genuinamente manifestado a todo nivel. La aludida es de cabeza negra, bajo
ningún punto de vista de raza blanca o europea, y con apellidos bastante
corrientes o al menos de escaso linaje -Pérez Jara-, integrante de un
conglomerado político que precisamente representa los intereses del sector
económico más pudiente del país, la derecha, relacionado siempre a las
tradicionales familias aristocráticas chilenas. Ha sido vilipendiada por un actor
de origen humilde, un payaso, un hombre de izquierda, empleado en un canal de
televisión de propiedad de uno de los dueños de Chile. Un roto con permiso de
los patrones para subir al columpio a una momia morenita. Esto es un circo
romano. Así somos, así es Chile, un país de títeres entrañablemente clasistas.
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