jueves, 14 de junio de 2018

La mudez de estos días


El frío de estos días. La nieve en El Roble y La Campana. Ayer caminé un rato. Salí a comprar dos zanahorias, un litro de aceite y un kilo de azúcar. Fui al almacén del paradero 7. Me costó caminar. Seguro, por el hielo que se respira y que parece colarse por los poros y congelar hasta los nervios. El frío adormece. Hablo por mí, en todo caso, un pensionado de cuarenta años, con ganas de jugar tenis con algún supuesto partner. Tengo dos raquetas casi nuevas, haciendo gimnasia, colgando de un clavo en la pared. Una es marca Wilson y la otra Babolat. Por el canal de cable Espn vi varios de los partidos de Roland Garros, tapado con un plumón hasta la nariz, intentando acomodarme en mi cama, con la cabeza sobre tres almohadas y un cojín para el cuello. Quedé embalado, rayando con el polvo de ladrillo. Los franceses son lejos los más elegantes. Rafael Nadal ganó otra vez el torneo. Con ésta, son once las veces que ha ganado el campeonato el español. Harto ¿no?
El que la supo hacer, eso sí, fue Pizzi. No creo que en Arabia Saudita la paga sea mala. Y acá en Chile la cortó con cincel y la "inversión" ni siquiera sirvió para que la selección chilena de fútbol clasificara al Mundial. Pero el que ya se pasó, pero es que se contrarrequetepasó, fue el cabro que mató a la suegra y la polola con un cuchillo carnicero en Maipú, porque la jovencita le dio filo. Y qué decir del cliente iracundo de una ferretería que mató por error a otro, al lanzar, con desenfrenada violencia hacia el interior del local, una pesada llave francesa de acero. La herramienta, que minutos antes había comprado en la tienda, se estrelló de lleno en la cabeza del infortunado, le partió el cráneo y le provocó la muerte. Así de frío el hecho. Tan frío como Siberia. Me acuerdo de Miguel Strogoff y me dan ganas de seguir leyendo "Las noches blancas" de Fiodor Dostoievski, que dejé de lado para meterme por segunda vez en "La insoportable levedad del ser" de Milan Kundera, lectura que también abandoné, sin remordimientos y pese a que no más de cincuenta páginas me separaban del final, para volver a una setentera edición de "Lo mejor de Sherlock Holmes" y gozar del genio literario de Conan Doyle, o leer de cuajo "Esto no es el paraíso" del "Paco" Rivano, las últimas columnas de Marcelo Mellado en el The Clinic, los apuntes que el Che Guevara dejó sobre la guerrilla en la Sierra Maestra, "El héroe de las mujeres" de Adolfo Bioy Casares o algún cuento de Julio Cortázar.
Empezó el Mundial de Rusia y no logro concluir las lecturas. También tengo a medio terminar "Ideario y ruta de la emancipación chilena" de Jaime Eyzaguirre. Le echo la culpa a la levodopa más carbidopa, pramipexol monohidrato clorhidrato, rasagilina, sertralina, amantadina clorhidrato, omeprazol y un homeopático para inducir el sueño o calmar las pasiones que atormentan o trastornan el necesario descanso. Algo de placebo no es malo, me dijo una de las neurólogas presentes en mi último control en el Centro de Estudios de Trastornos del Movimiento, en Santiago.
De qué escribir. Cuál es el tema. Me refiero al gran tema. Me quedo mudo en esa búsqueda y le hallo razón a Armando Uribe, cuando en el documental "Señales de ruta", de Tevo Díaz, dice que el poeta "Juan Luis Martínez no quería escribir". Por eso lo del pastiche. Por eso los parches, las citas, el lenguaje icónico, los objetos como entidad expresiva. Por eso el Quebrantahuesos de Parra, Lihn, Jodorowsky y compañía limitada. Por eso David Lynch hace aparecer lo siniestro desde lo cotidiano. Por eso se acabaron las revoluciones, porque asistimos a una explosión atómica del conocimiento, a una nueva y fantasmagórica semántica binaria exponencial, en la que no solo basta con una actitud dadaísta o aferrarse al automatismo síquico. No solo se trata de dejarse caer hacia la muerte y la nada o hundirse en el fondo del océano del caos perfecto infinito.
Pienso en la hermenéutica, en el fin de la Historia, en los dobles de Donald Trump y Kim Jon Un, en el puerto de San Antonio, en "La ciudad que no es" del poeta Roberto Bescós y en la película "Tan lejos, tan cerca" de Wim Wenders. Tengo la impresión de que vivimos los tiempos del contenedor. Todo contiene a todo. Nada es manifiesto. Ya se quisiera Stalin la uniformidad de la clase media aspiracional ordinaria de los países capitalistas. Desaparecieron el honor y las golondrinas volando a ras de calle. Estamos masticando el vacío. La memoria humana se trasvasija a diminutos dispositivos físicos o metafóricas nubes intangibles.
Marcelito, mi sobrino de cuatro años, me jura que no fue él quien averió la aguja del tocadiscos IRT que le compré a Lisselotte, una amiga escritora, cuando reunía el dinero para costear su viaje a la India en busca de insumos literarios. Y ahora yo no puedo escuchar el vinilo de boleros de Rosamel Araya, cantante sanantonino, de Barrancas, que triunfó en Argentina como ningún otro chileno, superando en ventas incluso a Antonio Prieto. Es una edición de lujo que compré en una tiendita de antigüedades de Buenos Aires, en la que Rosamel se hace acompañar por el trío de voces y guitarras Los Antonios. En la casa de al lado un perro Akita ladra. Miro por la ventana y veo los gajos arrugados de un racimo de uva rosada, que aún pende del parrón y asoma sobre el muro de ladrillos. Y sigo mudo. Nihilismo, diría mi amigo, el pintor Claudio Douzet, a quien le preparo un catálogo, ensayando ciertos dotes de curador que presumo tener.
Podría hablar sobre la sequía y el drama de Petorca. Se deshidrata todo un territorio y con él su familia campesina y dentro del mismo lugar hay vastedad de zonas verdes, con ingentes paños de tierra atestados de paltos repletos de paltas que terminan en las mesas de los japoneses, los paladares del rasquerío estadounidense o los supermercados europeos. Podría escribir algo sobre esa injusticia, pero mi vecino, el del perro Akita, me pasa por arriba de la pandereta un saco lleno de paltas negras de la cruz de regalo. Este año el árbol dio demasiado, me cuenta. Mi mamá se dio el trabajo de envolver cada una de las paltas con papel de diario. Maduran más rápido, me dice. Yo, mientras tanto, le imprimiré personajes de Ben 10 para colorear al pequeño Marcelito. Otro femicidio en televisión. Se acabó el gas del calefón. Tengo ganas de ver una película de guerra o Futurama.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

COMENTA, CRITICA, SUGIERE, RECLAMA, ALABA, CHAQUETEA AQUÍ...