jueves, 29 de enero de 2015

La ciudad con mejor calidad de muerte...

Poca merluza, poca pega en el puerto, quiebran los restoranes porque no llegan comensales, no hay hoteles, miles y miles de taxis colectivos en las calles, micros feas y viejas, alcantarillas que siguen colapsando cuando llueve mucho, terremotos, tsunamis, diez enormes silos a quince metros de viviendas habitadas, un pueblo asustado por el ácido sulfúrico que llega al puerto en un trencito, 16 funerales al mismo tiempo en un día porque mueren 18 sanantoninos en el choque de un Tur Bus con un camión en la Autopista del Sol, poco acceso al mar, enormes camiones invadiendo la ciudad y rompiendo las calles, aliento fétido de lobo marino con el cogote cercenado por un alambre oxidado, suicidios casi todas las semanas, calles con poca luz, siempre nublado –con todo el respeto que merecen las nubes-, pasta base angustiando a jóvenes de poblaciones periféricas, payasos feos vendiendo cualquier cosa en el centro, escombros todavía, pan con papas fritas, dirigentes de la Central Unitaria de Trabajadores que no tienen trabajo, cuidadores de autos matones, coimas por aquí por allá, poblaciones sin agua, parricidas frustrados condenados que huyen caminando del tribunal y nunca más se sabe de ellos, dictadura dura enquistada en la historia, grúas robóticas y colosales que casi funcionan solas e incrementan la cesantía, misteriosos personajes rondando en las oficinas públicas, madera fermentando, universidades fantasmas, caldos de interiores de animales en bares, nunca más un cine, indigentes ebrios y gangrenosos en las afueras de los bancos, homicidios, cárcel atestada de presos en medio de casas, crímenes sin resolver, flojera, desidia, muerte, hombres que golpean a sus mujeres, riñas entre vecinos, policías arrasando con todo en casas de la 30 de Marzo, barricadas en Puertecito…

Es cierto, todo eso es cierto. Pero también es cierto que hay gente buena, familias honestas, hombres y mujeres inteligentes luchando por sus derechos, deportistas que triunfan contra la corriente, clubes deportivos y centros culturales organizados y en pleno funcionamiento, juntas de vecinos unidas para mejorar la calidad de vida en sus poblaciones, emprendedores, trovadores embajadores, familias antiguas orgullosas de su origen, Roberto Parra Sandoval, la histórica bohemia, obreros dignos, paisajes preciosos, vistas maravillosas, un océano grandioso, la ciudadanía en movimiento, actividades artísticas, culturales, jóvenes hiphoperos motivados haciendo festivales, policías sensatos trabajando codo a codo con los vecinos, empresarios que crecen con honestidad, un valle de finos vinos de categoría mundial, artistas de exportación, lugares pintorescos muy lindos, muchos poetas y cantores, buenas picadas para comer rico y barato, colegios buenos y otros no tanto, Arturo Pacheco Altamirano, un potencial turístico enorme, niños lindos, personas que piensan, organizaciones que enfrentan las descaradas injusticias y la esperanza de que San Antonio no siga dándose a conocer por tristes marcas como la ciudad con más cesantes de Chile, la ciudad con la peor calidad de vida de Chile, la ciudad con más suicidios de Chile, la ciudad con más violencia intrafamiliar, la ciudad rasca, la ciudad flaite. He pensado en todo esto y me quedo con las cosas que nutren la esperanza de vivir feliz para no morir en el intento. (escrito el año 2012)

lunes, 5 de enero de 2015

Tras la puerta del olvido

(San Antonio, invierno de 2011)

Al frente, una maravillosa vista del colorido puerto de San Antonio. El cielo calipso sobre la línea del horizonte que lo separa del mar, azuloso, tranquilo. Como pompas, ciertas nubecillas surgen a modo de pinceladas en el biombo nítido. Más abajo, el arco iris de botes, lanchas, lanchones y buques se mueve en armonía con las ondas marinas.
La mirada se deja asir por el espectáculo de la realidad. La luz se refleja en la ciudad puerto. Así se ve el mundo desde la Subida 21 de Mayo.
Pero a mi espalda, justo al otro lado de la calle adelgazada por violentos terremotos, la luz parece no llegar.
Hay una precaria puerta de madera, sobrepuesta dentro de un marco hechizo. Es la única barrera que separa al hermoso día de un gélido, húmedo y oscuro sucucho de piedra.
Al frente, una maravillosa vista...
Fue durante años el garaje de un vehículo, allí, en 21 de Mayo, cerquita de la clínica San Julián.
Desde el interior se escuchan quejidos y una gruesa tos. Al acercarse a intentar mirar por las rendijas de la mohosa puerta, sólo se ve oscuridad y se huele un intenso olor a alcohol, humedad y parafina.
Toco insistentemente la puerta. “¡Ya!”, dice alguien desde adentro. La puerta empieza a moverse. No tiene goznes, bisagras. Rayos de sol invadieron el pequeño espacio –cinco por cuatro metros, no más- Un niño tartamudo nos recibe y dice que hace frío.
Un mueble viejo, una malla de limones, una botella de plástico con casi nada de vino malo, otra de vidrio, más pequeña con bencina. Agua sobre un piso de cemento y musgo. Humedad. Frío. Al fondo dos colchonetas. El niño tartamudo se abriga en una de ellas, con harapos y delgadas mantas. Tose como un perro. Al lado, sobre la colchoneta más grande, permanecen acostados otros niños. Son tres, uno es más bien adolescente. Están desnudos bajo las frazadas e insisten en que tienen frío.
Dos de los cuatro tienen catorce años. Otro tiene quince y el cuarto 19.
Son cerca de las 12 horas y pese a que afuera el sol de invierno tiende a entibiar el cuerpo, adentro del sucucho de piedra el frío parece estar impregnado en las cosas.
Uno de los menores no da la cara y esboza un par de groserías escondido entre los andrajos. El mayor reconoce que delinque para sobrevivir. “Puros hurtos, no más”, dice.
Afuera, el día sigue abriéndose, generoso, ante la rutina. Nadie percibe que tras la puerta de madera hay un niño de catorce años en el más absoluto abandono. “Mi mamá está muerta; mi papá está preso y mi hermano también. Yo vivo en la calle; me salgo a salvar”, dice.
Todos hablan de abandono, de fugas desde hogares y centros de menores, de eternos deambulares por calles, callejones, construcciones abandonadas.
Ya no saben mirar hacia la luz. Lo único que piden es nylon para tapar las filtraciones de agua y aislar un poco el frío en el desolador cubículo en el que pernoctan. Si hay pan, mejor aún; ya es hora de almorzar, pero sus cuerpos prefieren permanecer, tullidos, bajo la andrajosa indiferencia del olvido.

domingo, 4 de enero de 2015

En el aire...

Cuando camino sobre los techos de las casas puedo darme el lujo de escribir en el aire y llenar de relativos compromisos textuales este blog que ahora soporta las rayas en el agua, los escupitajos al cielo, los castillos de arena, las obleas chinas, el clorhidrato de cocaína y el trote dominical fome y desgraciado.
Volveré a los amarillentos papelillos con versos estúpidos de adolescencia soberbia y bruta, navegaré hacia la juvenil cursilería poética, botánica y fantasmagórica, viajaré en una Renoleta a la ridícula madurez literaria racional, fundamentalista, eclesiástica y aeróbica, caminaré bajo la sombra folclórica de la prosa omnisciente y rústica, transitaré a exceso de velocidad en la carretera perdida de las noticias falsas y la manipulación genética del lenguaje y sus secuaces, me dejaré caer al vacío, la muerte, la duda para drogarme en escritos analgésicos y financiar mi derecho consuetudinario a expresar lo que decante en el turbio manantial de la memoria o el grosero gaseoducto de la vanguardia andropáusica, egocéntrica y mujeriega.
Así se irá formando este feto textual, en una matriz virtual, sostenida más en el aire que en la burocracia de la administración del conocimiento. Entonces les compartiré versos, prosas y narraciones ordinarias; críticas, crónicas y otras mentiras piadosas...