¿Qué
se esconderá tras la puesta en evidencia, por parte de Juan Luis Martínez, de
una necesidad explícita de callar? Parece que ni lo uno ni lo otro tuvieran
cabida en esta obra, “La
Nueva Novela ”, y la nada como masa endémica se instaura con
soltura y transparencia, resistiendo toda clasificación, todo atisbo de
reducción, de comprensión, de opresión.
Precisamente la
obra de Martínez está sumida en un período histórico ligado a la represión,
donde las instituciones controladas por el sistema instaurado como un nuevo
orden, traen consigo el concepto de lo dominante, o el sentido único,
influyendo notoriamente en el modo en que Martínez intenta vincular su texto
con el contexto.
Y no sólo será
Martínez el afectado, quizá sólo sea la punta del iceberg. Ya, Nicanor Parra,
en su afán por revelarse frente a la poesía marginada de la realidad, se había
preocupado de desmitificar al escritor en su calidad de profeta, de adivino,
aquel hombre que guiado por señales originales anunciaría, predeciría algo, o
quizá, más lejos aún, interpretaría los sueños plasmados en el alma del pueblo.
Ha quedado entonces
en evidencia el hombre común y corriente, el escritor hombre, un ser con la
capacidad de desarmar las fundaciones de un mosaico de artificios que soportan
la desnudez aparente de una modernidad.
El escritor sigue
siendo un creador, pero ya no en el sentido de “iluminado”, sino de un obrero
del lenguaje. Ya no es la luz de la inspiración la que desde su siempre
misterioso origen insta al escritor a manifestarse, simplemente el artista
siente el deseo de escribir y lo hace, utilizando para ello el concepto del
“reciclaje” de los materiales en una operación que lo devela como un voyerista.
Martínez mira la
realidad, la toma, para luego expulsarla a manera de deshechos fragmentados.
Es, sin duda, una reconstrucción, una re-situación, la que propone Martínez a
través del tamiz de su nueva mirada.
Y vemos con
asombro cómo aquella institución de la “profundidad poética” cae de bruces,
rendida, frente a la burla, al gesto irónico de “La Nueva Novela ”.
Estamos ya en el
terreno de una literatura que pretende indagar en el estadio de las formas,
vinculándose más directamente a las “maneras” de operar, a los medios de
organización de los materiales, y dejando petrificada en el olvido a la poesía
como amuleto, como fetiche.
Pareciera que
Martínez quiere deconstruir la lógica occidental aparentemente moderna, en una
búsqueda desenfrenada por aspirar, por asomarse a un trozo de realidad.
Y al destrozar el
sentido tradicional pasa a situarse en los pantanos de la nada, y entonces crea
la duda, la incertidumbre, al tiempo en que comienza a aparecer la parodia.
Pero, quizá, Martínez se haya percatado de que también el sistema de parodiar
se ha ido desdibujando; muchos son los autores parodiando, entonces Martínez
hace uso de la parodia, pero en la forma de pastiche, que no es más que el uso
de lo ya usado.
Entonces
podríamos decir que “La
Nueva Novela ”, tiene ocupados varios modelos, varias
estrategias. Se van uniendo pequeños fragmentos, piezas, módulos, sets, y se
producen vacíos.
Al abrir el libro
“La Nueva Novela ”
se respira aquella tendencia al desquicio, al desmembramiento, pero al mismo
tiempo, las constantes citas a través de la exposición de documentos bajo la
apariencia de objetos artísticos aportan una nueva mirada de la literatura. Es
un nuevo sistema con normas propias y con una original metodología para
re-inventar la historia. En este sentido, Martínez parece augurar la ruina de
la historia.
Y será esta idea
de ruina la que permitirá la reconstrucción de las formas; será el desplome a
retazos de la historia lo que podemos ver a través de estos “parches” de
Martínez.
Martínez vacía el
lenguaje y la cultura patrocinada por la institucionalidad oficial, dándose una
suerte de fusión, de dependencia entre el lenguaje como material de trabajo y
los hitos culturales que lo atraviesan.
En fin, parece
que hemos ingresado al abismo, podemos oscilar entre lo real y lo irreal, lo
conocido y el enigma, lo concreto y lo abstracto, el jardín y la ruina. “La Nueva Novela ” nos
permite comprobar que la poesía da un paso invisible, transparente, entre el
ser y el no ser.
Y en una evidente
postura de no desear existir, Juan Luis Martínez existió aún más, hasta nuestros
días, y no se mudó de aquella selva de poesía emanada de un mundo que no es este
mundo, es un mundo en construcción, que está asumiendo una responsabilidad
frente al hombre. En otras palabras se podría hablar de una ética de la
estética ligada siempre a la lucidez y rigor.
Cuando Martínez
cita a Sotoba Komachi -con la frase “Nada es real” al inicio del libro- y luego
cita a André Bretón -con la frase “Todo es real” al final del libro- nos está
diciendo que la realidad es insuficiente, pero al mismo tiempo reconoce a la
razón como una entidad reductora, castradora. Y es el lenguaje representado por
los símbolos, las letras, el que entonces explota, y quedan indefensas todas
aquellas estrategias, operaciones, sistemas que dominan al mundo monopolizando
el sentido cultural.
Quizá por eso es
que Martínez haya puesto en evidencia su reticencia a escribir, como protesta
ante la indolencia de la razón y sus secuaces que han marginado a la poesía de
la realidad, reduciéndola a la calidad de ornamento, accesorio improductivo. De
ahí la rebeldía de Martínez, manifestada con ironía por cierto.
Y no es más que
aquel anhelo de descubrir la verdad del hombre en el Universo la que mueve al
poeta. En lo que para algunos en nuestros tiempos es el inconsciente, aquella
zona del hombre que no está atrapada por la censura de la lógica occidental,
Martínez vislumbra infinitas abstracciones simbólicas maravillosas, que se
anteponen al finito, fastidioso y decrépito análisis de la razón.
(Ensayo escrito el año 2002)