sábado, 28 de enero de 2017

Rollos


Negocio re-hediondo. Siete lucas por cabeza como la guinda de la torta, para compensar la estafa de haberle vendido -durante años, en colusión y con grosera usurería- el papel para limpiarse el poto a un país a punto de hundirse en el océano en el fin del mundo. Papel que, por cierto, producen con la madera de los árboles que plantaron indiscriminadamente en el territorio nacional, con capitales del Estado, o sea platita de todos los chilenos. No fue un arreglín de bigotes así no más; fue un fashion emergency de bigote, barba, cabellera y quizás que otros pelos más. Pinochet y los otros tres de la junta dictaron en octubre de 1974 el Decreto Ley 701, que subsidia en un 75 por ciento las plantaciones forestales de pino y eucaliptus. ¡75 por ciento! Y las empresas forestales que aprovecharon el regalito -que en muchos casos les significó hasta quedarse con plata directa en el bolsillo por el solo hecho de plantar- pertenecen a familias "nobles", de "elite", de gran "abolengo" y "confort".
El decreto de Pinochet va camino a cumplir medio siglo de vida a punta de prórrogas dictaminadas por los gobiernos del "duopolio" y en la práctica esto significa que se arrasó sin asco con el bosque nativo. Cuando no podían talar a la mala, se aplicaba incendio no más y así el suelo quedaba apto para plantar pinos y eucaliptus, árboles que no tienen la culpa de nada, pero que chupan más agua que camello con la caña y han llegado a constituir cerca del 90 por ciento de las plantaciones forestales existentes en este joven país llamado Chile. De paso, nos vinimos recién a enterar que el castor Forestín era del mundo privado, pero que administra recursos del Estado. Regaloncitos los tontos.
Y si nos ponemos cuáticos y aplicamos razonamiento "salfateano" podríamos en una de esas decir, rostro de madera, que "todo calza Pollo". Claro, porque si Trump sacó a Estados Unidos del TPP, dónde chuchas me meto los palos que les iba a vender, que no deben ser pocos que digamos. Pero no creo que se coludan en una cosa así, no, no creo, no. ¿Contratar pirómanos para iniciar incendios en distintos puntos del país casi al mismo tiempo? No creo, no. Seguro son las pavesas, las pavesas deben ser -pavesa: partecilla ligera que salta de una materia inflamada y acaba por convertirse en ceniza-. Porque no creo que quieran cobrar los seguros por pérdidas totales en incendio, ahora que se supone se van a quedar acachados con la madera; no creo, no; sería mussho.
Ahora, también es cierto que el clima está raro, se quema el sur y se inunda el norte, pleno verano, su buen hoyo en la capa de ozono, el termómetro marcando sobre 40 grados, la humedad bajo el 10 por ciento, sus buenos vientos, la tierra más seca que escupo de momia, el pasto amarillito y crujiente, llegar y encenderle un fosforito, cuatro aviones apaga incendio del Estado, uno en buen estado, dos en mal estado y otro en estado de mantención, muchísimos focos de fuego al mismo tiempo, organismos de emergencia más lentos que pichanga en la luna, una burocracia violentamente imbécil y un mediático water volador que tira dos veces al día un escupo sobre una plancha caliente, que lo mandó desde muy lejos una jovencita de buen corazón que resultó ser la hija de un miembro de la Dina -Dina: tortura, exterminio, muerte- y abogado de Cema Chile -Cema Chile: Lucía Hiriart, viuda de Pinochet, millonario fraude a Chilito-.
Con las siete lucas por cabeza de la compensación por la colusión del Tissue alcanza para comprar unos 12 rollos de papel higiénico de 50 metros. La compensación total alcanza los 150 millones de dólares. Quizá esa platita podría ir en ayuda de los damnificados por los incendios, muchísimas familias de compatriotas que lo perdieron todo; total ni siquiera sabíamos que nos estaban cagando con el papel confort. Ahora todas las esperanzas en el avión ruso. Vamos que se puede.

sábado, 21 de enero de 2017

Chile se quema

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Se incendia Chile. Se incendia el país de los acomplejados, la cornisa insignificante en el fin del mundo. Se quema todo lo que parezca suelo para proyecto inmobiliario con áreas verdes incluidas. Conejos aterrados arrancan como pequeñas bolas de fuego en distintas direcciones. Mueren calcinados como chispas incandescentes. Terminan como cenizas decorando la vastedad infernal, junto a las casas quemadas, hogares carbonizados, historias al rojo vivo, bajo inmensas columnas de humo que avanzan por el cielo abierto y democrático, ultrajado por el hollín corrupto, la huella de carbono que nos afiebra y las pavesas incandescentes que transportan la muerte.
La humareda nos enceguece. No vemos más allá de nuestras narices que apenas captan el oxígeno sobreviviente. Somos una filial del infierno. Era cuestión de esperar. Con algo había que esconder la política delictual que le cubre las espaldas a la aristocracia en una sociedad profundamente cobarde, moldeable, manipulable, vulnerable y conchesumadre.
Los pirómanos del poder atacan otra vez. Con el fuego quieren rostizar nuestra memoria. En una gran olla sobre la lumbre están cocinando la verdadera historia. Nos tapan el sol con la fumarola de la incertidumbre para tiznarnos de mentiras, asfixiarnos con las deudas y estafarnos día a día.
Chile se quema vivo, su dignidad se evapora como un escupo sobre una plancha caliente. Arde la Guerra de Arauco, arden como piras humanas los presos de la cárcel de San Miguel, los pescadores queman sus botes en protestas por el hambre, los milicos queman libros como si así acallaran la palabra, vuelan las bombas molotov sobre los cascos policiales, los discriminados encienden neumáticos en las grandes alamedas, los dueños de los pozos petroleros temen lo peor y las viejas cuicas se broncean en la playa de Cachagua, bombardean La Moneda los traicioneros y la república se dora como un malvavisco en la fogata, miles de hectáreas incendiadas de la noche a la mañana y ya no sabemos si amaneció nublado o estamos bajo la tóxica fumarada o si somos realmente un país o una enorme barricada.