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Confieso que por las
mañanas sintonizo a veces alguno de los programas matinales de la televisión
abierta chilena. Veo con estupor la decadencia del mensaje, la ignominiosa
filosofía comunicacional de estos híbridos programas televisivos que cuelan el
barro apestoso del materialismo, como si fuesen los lavaderos del dinero
obtenido por la aristocracia criolla como resultado de la manipulación
sicológica de las audiencias. Esa es la transa.
Me expongo un par de horas
diarias a estos espacios mediáticos y la primera variable a la vista es la
colusión de contenidos. Sin ningún pudor cada canal de televisión chilena
desarrolla la misma fórmula de producción. Básicamente un panel de conversación
con un par de conductores que además son los rostros de las campañas
publicitarias del retail, un periodista semi formal, un abogado, un
meteorólogo, un comentarista de farándula, un cocinero, un astrólogo y un par de
noteros histéricos. Se repite el mismo modelo de lunes a viernes, todas las semanas,
todos los meses y desde hace muchos años.
Y seamos sensatos. Son programas
televisivos de baja categoría, fomes, descaradamente caros, cada vez más falsos
y artificiales, pobres de arte, no reflejan la identidad chilena, alimentan
prejuicios indignantes, sobrevaloran temas que no merecen ser tratados con
tales medios de producción, desperdiciando toda esa técnica y medios artísticos,
que perfectamente podrían estar al servicio del desarrollo cultural del país y
no desperdiciarse en un circo con tan pocos talentos. Son cientos de millones
de pesos los que mensualmente facturan los rostros de matinal. Lo que quiero
decir es que se trata de un grupo de personas que se cagan de la risa de su
pueblo; una organización que da vida a un mercado de intangibles huecos, carentes
de sustancia ética. Una cáfila de payasos, vendedores de electrodomésticos,
comida y ropa con mejores sueldos que incluso los senadores -incluida dieta-,
que se pasan por la raja la responsabilidad moral inherente a este medio de
comunicación con tal grado de influencia en la sociedad y que además suelen jactarse
de sus éxitos económicos y presumir ciertos cánones de belleza, los que también
son inescrupulosamente manipulados.
Es peligroso el asunto, teniendo
en consideración la cantidad de horas de señal abierta televisiva con que
cuentan estos agentes de marketing, los elevados niveles de audiencia y la efectividad
de la televisión como medio inmerso dentro del hogar.
Me he fijado, mientras
miro alguno de los matinales, en que muchas veces los conductores parecieran
estar vacíos de ideas, cansados, con las mandíbulas adoloridas de tanta risa
falsa, prostituidos a tal punto por el dinero, que da la impresión que se les
acabara el aire. Es como la sensación de vacío, la muerte, pero todos los días.
Deben levantarse muy temprano, para estar frescos, lozanos, siempre con
alegría, transmitiendo sin asco una felicidad cosmética y con un artificial
interés en los temas que abordan, aunque honestamente no les importe nada más
que el rating. Un triste espectáculo del que todos deberíamos avergonzarnos.
Venta asquerosa de pomada, gente que se ríe en la cara del público, ordinarios
con ropa cara, hipócritas.