viernes, 15 de mayo de 2015

Dispara usted o disparo yo

Yo ya no sé qué es peor: si el fascismo doctrinario, de Estado, mafioso, sistemático, transnacional, invasor e imperialista, que ha sabido mantenerse en el círculo hegemónico mundial, con sus caretas de falsa prosperidad y sus groseros esquemas de manipulación sicológica, aplicados sin asco en contra de la humanidad, con su especulativa arrogancia bancaria, su asquerosa contaminación ambiental y su descarada delincuencia oficial, corrupta y cobarde. O el fascismo ordinario, ese fascismo corriente, esa rotería chilena arribista, ridícula y peligrosa, que crece en las vulnerables almas de quienes no tienen y seguramente nunca tendrán acceso alguno a esas colosales e indescifrables riquezas de los dueños del mundo.

Las viejas huecas, cuicas, clasistas, ignorantes y prostitutas encubiertas son capaces de humillarse hasta la pérdida absoluta de la nobleza por un fajo de billetes y seguramente ahora celebran con cursilerías castrenses la actitud homicida del joven porteño que desencadenó una nueva crisis moral sobre las ya existentes en este joven país llamado Chile. Bebiendo alguna infusión importada y jugando canasta, deben intentar reflexionar sobre el fatal episodio ocurrido durante la movilización social en Valparaíso. Imagino que justifican la desproporcionada e irremediable medida de matar, sólo porque quienes serían luego las víctimas fatales habrían irrumpido en el bien jurídico de la propiedad privada de quien sería luego el victimario. Se supone que fueron ultimados a balazos porque colgaban allí un lienzo alusivo a una reivindicación social.

Y ahora están muertos. Ahora sus padres lloran desconsolados y en medio de los sollozos intentan explicarse los hechos. Eran dirigentes comunistas, trascendió. ¿Los mataron por ser comunistas? ¿Los mataron porque protestaban? ¿Los mataron porque hicieron uso del derecho constitucional de la libertad de expresión? ¿Los mataron por exigir el derecho a la educación gratuita y de calidad?
El fascismo ordinario parece avanzar exponencialmente en nuestra sociedad y así como el joven asesino porteño, muchos otros asumen como propia esa violenta ideología profundamente perniciosa. Yo creo que no es más que un reflejo condicionado, igual como reaccionaría un animal amaestrado.

¿Cómo una sociedad puede engendrar tal anomalía? ¿Cómo es posible que la mente de un joven de 22 años incube una moral capaz de contener la decisión de quitarle la vida a balazos, o como sea, a dos de sus pares?

Las noticias vuelan y casi como el eco inmediato de la muerte, resuenan al unísono esos añejos vítores de la política partidista, a todas luces fracasada y desprestigiada. Algunos llaman a vengar las muertes de estas nuevas víctimas del lumpen capitalista e intentan polarizar este momento. Como fantasmas aparecen los dos grandes bloques ideológicos de una guerra fría penosamente extinguida en la falsa libertad, en el libre mercado.

Lo que era una gran movilización de diversos sectores de nuestra sociedad, quizá la más prudente de las fórmulas de intentar derrocar a los hampones de la política, se ve violentada de un momento a otro desde dentro y ya no por las fuerzas policiales, acusadas hasta el cansancio de actuar al margen de la Constitución y de resguardar más los intereses del puñado de familias o grupos económicos que se reparten la torta de este país acomplejado y violado.

El acusado de este horrendo crimen es un fascista ordinario, un delincuente de baja estofa; un desgraciado adolescente, fiel servidor de una especie de nebulosa de poder, a la que nunca podrá acceder. Un joven que mantenía en su poder cinco millones de pesos en dinero efectivo -al menos eso comentaba un periodista del diario El Mercurio de Valparaíso-, sospechosa cifra de billetes, una pistola nueve milímetros con municiones y un perfil de la red social Facebook, a través del cual se jacta de su torcida visión de la vida, cómo si no tuviera cuidado alguno en anunciar sus crímenes o publicar sin tapujos su sentimiento de odio frente a quienes luchan contra la corriente por hacer valer sus derechos humanos esenciales.

El fascismo asesino permanece latente en la leche de las tetas que maman los payasos de la televisión abierta, los diputados puteros-coqueros, los senadores ladrones, los periodistas chupapico, los policías coimeros, los sacerdotes pedófilos, los empresarios de cuarto enjuague y los comerciantes con olor a monedas manoseadas.

De los senos del sitiado Estado, los fascistas extraen los nutrientes que aparentemente los alimentan de poder, pero que los terminan convirtiendo en títeres que se ubican en la zona más baja de la cadena de estatus social, por la que precisamente mide su valor identitario el fascista ordinario.

Rebrotarán por algunas semanas y desde la inercia todos los ismos con sed de lucha social y se trazarán en el aire los argumentos que intenten explicar el doble crimen perpetrado por un adolescente catalogado como un nazi porteño, un engendro seudopolítico, un fascista ordinario, un delincuente que termina prestando gran utilidad a la aristomafia.
La justicia se queda corta. Gana otra vez la maldad, la muerte, el miedo y la venganza.

Me acordé del viejo cabezón que animaba el programa de televisión Sábados Gigantes. Don Francisco. Pistola en mano, instaba al concursante, también premunido de un arma de fuego, a decidir quién dispara para desafiar al destino. "Dispara usted o disparo yo". Esa es la frase que había que responder para optar a ganar el automóvil cero kilómetro. Intentaré olvidar el caso de los dos jóvenes que fueron ultimados a balazos en Valparaíso el jueves 14 de mayo de 2015, en medio de una protesta precisamente en contra del fascismo que mal gobierna, que mata, endeuda y contamina. Dispara usted o disparo yo. Yo ya no sé lo que es peor.

jueves, 29 de enero de 2015

La ciudad con mejor calidad de muerte...

Poca merluza, poca pega en el puerto, quiebran los restoranes porque no llegan comensales, no hay hoteles, miles y miles de taxis colectivos en las calles, micros feas y viejas, alcantarillas que siguen colapsando cuando llueve mucho, terremotos, tsunamis, diez enormes silos a quince metros de viviendas habitadas, un pueblo asustado por el ácido sulfúrico que llega al puerto en un trencito, 16 funerales al mismo tiempo en un día porque mueren 18 sanantoninos en el choque de un Tur Bus con un camión en la Autopista del Sol, poco acceso al mar, enormes camiones invadiendo la ciudad y rompiendo las calles, aliento fétido de lobo marino con el cogote cercenado por un alambre oxidado, suicidios casi todas las semanas, calles con poca luz, siempre nublado –con todo el respeto que merecen las nubes-, pasta base angustiando a jóvenes de poblaciones periféricas, payasos feos vendiendo cualquier cosa en el centro, escombros todavía, pan con papas fritas, dirigentes de la Central Unitaria de Trabajadores que no tienen trabajo, cuidadores de autos matones, coimas por aquí por allá, poblaciones sin agua, parricidas frustrados condenados que huyen caminando del tribunal y nunca más se sabe de ellos, dictadura dura enquistada en la historia, grúas robóticas y colosales que casi funcionan solas e incrementan la cesantía, misteriosos personajes rondando en las oficinas públicas, madera fermentando, universidades fantasmas, caldos de interiores de animales en bares, nunca más un cine, indigentes ebrios y gangrenosos en las afueras de los bancos, homicidios, cárcel atestada de presos en medio de casas, crímenes sin resolver, flojera, desidia, muerte, hombres que golpean a sus mujeres, riñas entre vecinos, policías arrasando con todo en casas de la 30 de Marzo, barricadas en Puertecito…

Es cierto, todo eso es cierto. Pero también es cierto que hay gente buena, familias honestas, hombres y mujeres inteligentes luchando por sus derechos, deportistas que triunfan contra la corriente, clubes deportivos y centros culturales organizados y en pleno funcionamiento, juntas de vecinos unidas para mejorar la calidad de vida en sus poblaciones, emprendedores, trovadores embajadores, familias antiguas orgullosas de su origen, Roberto Parra Sandoval, la histórica bohemia, obreros dignos, paisajes preciosos, vistas maravillosas, un océano grandioso, la ciudadanía en movimiento, actividades artísticas, culturales, jóvenes hiphoperos motivados haciendo festivales, policías sensatos trabajando codo a codo con los vecinos, empresarios que crecen con honestidad, un valle de finos vinos de categoría mundial, artistas de exportación, lugares pintorescos muy lindos, muchos poetas y cantores, buenas picadas para comer rico y barato, colegios buenos y otros no tanto, Arturo Pacheco Altamirano, un potencial turístico enorme, niños lindos, personas que piensan, organizaciones que enfrentan las descaradas injusticias y la esperanza de que San Antonio no siga dándose a conocer por tristes marcas como la ciudad con más cesantes de Chile, la ciudad con la peor calidad de vida de Chile, la ciudad con más suicidios de Chile, la ciudad con más violencia intrafamiliar, la ciudad rasca, la ciudad flaite. He pensado en todo esto y me quedo con las cosas que nutren la esperanza de vivir feliz para no morir en el intento. (escrito el año 2012)

lunes, 5 de enero de 2015

Tras la puerta del olvido

(San Antonio, invierno de 2011)

Al frente, una maravillosa vista del colorido puerto de San Antonio. El cielo calipso sobre la línea del horizonte que lo separa del mar, azuloso, tranquilo. Como pompas, ciertas nubecillas surgen a modo de pinceladas en el biombo nítido. Más abajo, el arco iris de botes, lanchas, lanchones y buques se mueve en armonía con las ondas marinas.
La mirada se deja asir por el espectáculo de la realidad. La luz se refleja en la ciudad puerto. Así se ve el mundo desde la Subida 21 de Mayo.
Pero a mi espalda, justo al otro lado de la calle adelgazada por violentos terremotos, la luz parece no llegar.
Hay una precaria puerta de madera, sobrepuesta dentro de un marco hechizo. Es la única barrera que separa al hermoso día de un gélido, húmedo y oscuro sucucho de piedra.
Al frente, una maravillosa vista...
Fue durante años el garaje de un vehículo, allí, en 21 de Mayo, cerquita de la clínica San Julián.
Desde el interior se escuchan quejidos y una gruesa tos. Al acercarse a intentar mirar por las rendijas de la mohosa puerta, sólo se ve oscuridad y se huele un intenso olor a alcohol, humedad y parafina.
Toco insistentemente la puerta. “¡Ya!”, dice alguien desde adentro. La puerta empieza a moverse. No tiene goznes, bisagras. Rayos de sol invadieron el pequeño espacio –cinco por cuatro metros, no más- Un niño tartamudo nos recibe y dice que hace frío.
Un mueble viejo, una malla de limones, una botella de plástico con casi nada de vino malo, otra de vidrio, más pequeña con bencina. Agua sobre un piso de cemento y musgo. Humedad. Frío. Al fondo dos colchonetas. El niño tartamudo se abriga en una de ellas, con harapos y delgadas mantas. Tose como un perro. Al lado, sobre la colchoneta más grande, permanecen acostados otros niños. Son tres, uno es más bien adolescente. Están desnudos bajo las frazadas e insisten en que tienen frío.
Dos de los cuatro tienen catorce años. Otro tiene quince y el cuarto 19.
Son cerca de las 12 horas y pese a que afuera el sol de invierno tiende a entibiar el cuerpo, adentro del sucucho de piedra el frío parece estar impregnado en las cosas.
Uno de los menores no da la cara y esboza un par de groserías escondido entre los andrajos. El mayor reconoce que delinque para sobrevivir. “Puros hurtos, no más”, dice.
Afuera, el día sigue abriéndose, generoso, ante la rutina. Nadie percibe que tras la puerta de madera hay un niño de catorce años en el más absoluto abandono. “Mi mamá está muerta; mi papá está preso y mi hermano también. Yo vivo en la calle; me salgo a salvar”, dice.
Todos hablan de abandono, de fugas desde hogares y centros de menores, de eternos deambulares por calles, callejones, construcciones abandonadas.
Ya no saben mirar hacia la luz. Lo único que piden es nylon para tapar las filtraciones de agua y aislar un poco el frío en el desolador cubículo en el que pernoctan. Si hay pan, mejor aún; ya es hora de almorzar, pero sus cuerpos prefieren permanecer, tullidos, bajo la andrajosa indiferencia del olvido.

domingo, 4 de enero de 2015

En el aire...

Cuando camino sobre los techos de las casas puedo darme el lujo de escribir en el aire y llenar de relativos compromisos textuales este blog que ahora soporta las rayas en el agua, los escupitajos al cielo, los castillos de arena, las obleas chinas, el clorhidrato de cocaína y el trote dominical fome y desgraciado.
Volveré a los amarillentos papelillos con versos estúpidos de adolescencia soberbia y bruta, navegaré hacia la juvenil cursilería poética, botánica y fantasmagórica, viajaré en una Renoleta a la ridícula madurez literaria racional, fundamentalista, eclesiástica y aeróbica, caminaré bajo la sombra folclórica de la prosa omnisciente y rústica, transitaré a exceso de velocidad en la carretera perdida de las noticias falsas y la manipulación genética del lenguaje y sus secuaces, me dejaré caer al vacío, la muerte, la duda para drogarme en escritos analgésicos y financiar mi derecho consuetudinario a expresar lo que decante en el turbio manantial de la memoria o el grosero gaseoducto de la vanguardia andropáusica, egocéntrica y mujeriega.
Así se irá formando este feto textual, en una matriz virtual, sostenida más en el aire que en la burocracia de la administración del conocimiento. Entonces les compartiré versos, prosas y narraciones ordinarias; críticas, crónicas y otras mentiras piadosas...